Por Nerea Azkona
La identidad es un fenómeno de clasificación y simbolización de
diferencias. Es decir, un grupo de personas se siente parte de y
construye su mundo de forma simbólica atribuyendo significados en relación a.
No hay identidad sin relación, memoria y símbolos.
Cuando Zulaika se refiere a la identidad vasca en la época actual,
diferenciándola de la identidad moderna, se está refiriendo a toda la comunidad
vasca; es decir, los vascos residentes en Euskal Herria y a la diáspora.
Haciendo una comparación entre los conceptos de Durkheim de
“diferenciación” y los de Derrida y su “diferencia” y “diferir”, Zulaika construye
las identidades vascas de la modernidad y de la posmodernidad respectivamente.
El proceso de diferenciación de Durkheim que caracteriza la modernidad
se rompe y da paso a la desdiferenciación de la postmodernidad, donde los
límites se rompen y las fronteras se trasgreden. En contra, Derrida dice que
todo significado es diferido y está expuesto a nuevas interpretaciones, lo que
significa que las identidades son diferidas constantemente. En este sentido, los
significados flotan y lo que somos depende de la relación con el resto, por lo
que cambia constantemente.
Concluye Zulaika que en la época moderna la identidad estaba
relacionada con la diferenciación, mientras que en la postmodernidad la
diferencia se construye en un mundo de desdiferenciación. Así, nos aclara que
de las identidades modernas encontradas, construidas en contra de, como por ejemplo español-borroka (lucha), hemos pasado a las identidades complementarias
construidas en relación a, como por
ejemplo español-jolas (juego).
Comprendí esta idea en el V Congreso
Mundial de las Colectividades Vascas que se celebró en Donostia en
noviembre de 2011, el cual estaba lleno de jolas
residentes en todo el mundo.
Allí estaba yo, una vasca de pro
con sus esquemas etnocéntricos intentando entender cómo un argentino de cuarta
generación, que identificaba el ser vasco con la pelota, las euskal dantzak o el txistu, compartía identidad conmigo. Para empezar nos comunicábamos
en castellano. Nada de mi atuendo tenía los colores de la ikurriña ni les acompañé en sus bailes. Además había algo que no
acababa de convencerme. Una cosa, al menos, era obvia: en mi txartela de identificación ponía mi nombre
y España, y en la suya ponía Argentina. Él gestionaba perfectamente las dos
identidades y yo no.
Siguiendo con esta idea, y después de justificar y defender durante
años mi identidad (normalmente en territorio hostil, ya que de otra manera no
sería necesaria tal defensa), siempre he considerado que ser vasco aquí no es
gratis, incluso llegando a pensar que no es una elección subjetiva. En cambio,
allá, el ser vasco es un plus, algo
que les llena de orgullo y, lo que más me llamó la atención, les une. La
pregunta es, ¿también les une a nosotros? Si tengo en cuenta mi experiencia, en
principio respondería a la pregunta con un “no”, a no ser que la identidad
posmoderna de la que habla Zulaika invada nuestro querer ser.
La nación y el nacionalismo es vivido, por los de aquí y por los de
allá, de forma diferente, ya que tenemos pasados diferentes y una relación con
el estado-nación, dejémoslo en, diferente. Ser nacionalista significa
pertenecer a una comunidad política. Y considero que dependiendo del contexto
ponemos más peso en alguna de las dos variables del binomio.
Es decir, a pesar de vivir en la época de la globalización, los vascos
de aquí no somos vulnerables a la pérdida de la cultura y de identidad, sobre
todo si tenemos en cuenta el lado fenomenológico de la globalización que no es
más que la “indigenización” de lo que nos llega de la sociedad global. El
imperialismo, la otra cara de la moneda, se hace mucho más patente en
sociedades de allá donde la cultura la mantiene un grupo de personas que tiene
que cerrarse y reproducirla para no perderla. Esta vulnerabilidad es lo que les
convierte en más folklóricos que nosotros y lo que en un primer momento del
encuentro choca. Nosotros no tenemos que demostrar “étnicamente” la pertenencia
a la comunidad política, tan sólo lo hacemos en momentos de celebración. Sin
embargo, cuando nos referimos a la variable que erróneamente se ha relacionado
con el nacionalismo cívico, la política, las tornas cambian.
Antes de meterme en el segundo punto, habría que hacerse una pregunta:
¿Qué es cultura vasca? ¿Existe sólo una? Yo considero que hay muchas, porque de
otro modo, ¿Dónde está la esencia de lo vasco? ¿En el caserío como apunta Caro
Baroja? ¿O en el Olentzero, ejemplo clara de invención de la tradición? ¿O tal
vez esté en el Athletic como supone Mac Clancy? Parece que ninguno de estos
tres metasímbolos de la cultura vasca nos aglutina a todos y todas.
Respecto a la política y al contexto de aquí, uno puede sentirse vasco
y la sociedad puede clasificarlo como “vasco de segunda” por no saber el idioma
o por hablar batua en vez de un euskalki, dependiendo del contexto en el
que se encuentre. En este plano, el ser vasco ya no me parece tan subjetivo,
¿dónde quedan las ganas de ser vasco en la discriminación? Por otra parte, estamos
acostumbrados a que toda elección está relacionada con la política y muchas
veces con la política partidista, ya que cualquier acto público en Euskal
Herria está politizado. Comenzamos por la manera de vestir, seguimos por el
tipo de conciertos al que asistimos, incluso el escultor de cabecera de cada
uno nos divide. No es tan fácil sentirte parte de la comunidad política, hay
que tener una especie de reconocimiento por parte de la sociedad, algo así como
el caso de Kosovo y las Naciones Unidas. Seguimos teniendo una identidad encontrada
con otra y esto no une, ni entre nosotros ni con los vascos que viven fuera. Me
fascina que a un argentino de cuarta generación se le reconozca como vasco por
las ganas que tiene de serlo, y aquí haya tantas dudas, problemas y
reivindicaciones para demostrar algo que se siente y de lo cual no queda clara
cuál es su esencia. De ahí estas líneas de reflexión.
Porque en definitiva, ¿dónde está lo vasco? Lo vasco está donde hay
una manifestación cultural vasca, en los lugares y en las redes. Nuestra
identidad local forma parte de la identidad personal. Para pasar de una a otra
tiene que darse el compromiso activo por la defensa de ese lugar. Cuando una
serie de manifestaciones de la identidad local adquieren relevancia social y política
aparece otro tipo de identidades, la étnica (conciencia de pueblo diferenciado)
y la nacional (conciencia de pueblo con derecho a autodeterminación)
respectivamente. Desde el punto de vista sociológico, toda nación tiene
nociones étnicas y cívicas, ya que la nacionalización es un proceso de integración
en y de identificación con. Al final, todo nacionalismo es cívico y
étnico dependiendo del momento.
La globalización influye en la identidad (conciencia de pertenencia en
base al genos, al locus y al cosmos), y por ello, influye en la cultura vasca,
en el arraigo con lo local y en la identidad étnica, mediante la creolización,
la hibridación y la mezcla. La globalización es una oportunidad para que los
vascos se reconstruyan en los flujos, ya que el estado-nación pierde la
oportunidad de dar la identidad, y este espacio sería de encuentro entre unos y
otros. Hablamos de un nuevo agente social, una nueva manera de ordenar el mundo
que está unido a la postmodernidad, y que implica una ruptura con el finalismo
y el progresismo, así como una crisis del racionalismo, ya que la globalización
supone que hay múltiples metarelatos, es decir, que no existe una única verdad,
que todos somos intérpretes.
En la postmodernidad se está dando un salto del espacio a los flujos
en los se puede uno afirmar y legitimar como vasco. Junto con la pérdida de
identidad, se permite la celebración de la diferencia, y su vivencia en
espacios no controlados por los estados y la reproducción en las redes glocales
de reterritorialización cultural. En el mundo globalizado nos encontramos
múltiples formas de ser vasco, de vivirlo y de desplegarlo en la arena de lo
global.
Después de mi encuentro con vascos que viven en América creo más en la
identidad posnacional del jolas.
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