domingo, 25 de mayo de 2014

Hablando de violencia: No hay soluciones simples para realidades complejas

Por Nerea Azkona

Si hay un adjetivo que cuadra con el mundo actual en el que vivimos es el de complejo. Las definiciones y los términos se han vuelto complejos y lo mismo sucede con la resolución de problemas y conflictos y con la búsqueda de sus posibles causas y soluciones. Por lo tanto, actualmente no es válida ninguna explicación simple que responda a la realidad.

En este sentido, Feixa y Ferrándiz definen la violencia como un fenómeno de múltiples caras y anclajes en distintas realidades históricas y sociales, y por ello creen necesario segmentarla en modalidades significativas para comprender, de esta manera, su complejidad. Parten de la definición de violencia de Gramsci, el cual la entiende como relaciones de hegemonía y subalteridad.

Todavía hoy se tiende a definir la violencia como el uso agresivo de la fuerza física por parte de unos contra otros, pero debemos tener en cuenta que hay otras formas de agresividad no física, como la verbal, la simbólica o la moral, que pueden hacer incluso hasta más daño. Además, para los y las científicas sociales es tan importante observar la violencia en sí, como comprender la visión que los actores tienen de ella (categoría emic).

A pesar de que las dimensiones de la violencia no deben considerarse como auto-excluyentes, sí que encontramos distintas tipologías; por ejemplo, la violencia política; la violencia estructural (Galtung); la violencia simbólica (Bourdieu); y la violencia cotidiana o diaria, la cual, según Scheper-Hughes, crea un ethos de la violencia. De esta última podemos decir que casi todas sus formas (de la delincuencia al suicidio) tienen sus bases en la estructural.

A partir de esta reflexión sobre la violencia y sus distintas caras, ¿podemos concluir que existen buenos y malos?

Si nos paramos a pensar un momento nos daremos cuenta de que la ficción literaria y cinematográfica nos ha dividido el mundo en dos mitades: los que luchan por el bien y los que luchan por el mal (nótese que ambas partes luchan...). Además estas obras nos suelen invitar a posicionarnos a favor de los débiles, que coinciden, en un principio, con los buenos, que deciden levantarse en armas para defenderse de un enemigo que les extorsiona, explota, viola y/o mata sin prejuicio. En estos casos, la violencia de “los buenos” está justificada por ser en defensa propia, o por ser por un bien mayor, o por ser por un bien común; además, les dignifica como héroes o mártires, mientras que “los malos” atacan por el regocijo que les ofrece la violencia en sí misma movidos por la ambición y el poder.

Por desgracia este esquema no sólo lo utilizamos a la hora de ver películas o de leer libros, sino que lo usamos a la hora de calificar y organizar cuantas noticias y eventos llegan a nuestros oídos. Pero, ¿son los buenos solamente buenos y los malos solamente malos? ¿Pueden los analistas sociales analizar los conflictos desde esta perspectiva dualista? Obviamente no...

Como ya he mencionado en otras entradas sobre hermenéutica, Geertz define la antropología como “tortugas sobre tortugas”, o lo que es lo mismo y quiere significar este símil: interpretaciones de interpretaciones.

Adentrándonos más en el mundo de la antropología de la violencia y del sufrimiento, en este caso, lo que la violencia crea es un círculo vicioso de violencia, en el que los motivos para llevarla acabo ya están olvidados, y donde la violencia que dignifica deja de hacerlo.

Entonces, yo definiría los estudios de antropología de la violencia en vez de estudios de tortugas sobre tortugas, como estudios de víctimas sobre victimarios sobre víctimas sobre victimarios, y así indefinidamente… porque, después de un conflicto donde todo el mundo ha perdido algo: quién es el bueno; quién es el malo; quién tiene la razón última y la verdad; qué lo avala y con qué medios; cómo se ha llegado a esta situación; por qué...

Con esta entrada no he pretendido reflexionar sobre si hay muertes justas o sobre el término contradictorio de guerras preventivas, o sobre si la violencia se puede justificar, en que momento sí y en cuales no, o sobre qué es lo que nos hace víctimas y qué es lo que nos hace verdugos... sino que quiere ser una llamada de atención a la hora de leer los periódicos y de ver la noticias, ya que tenemos que ser capaces de interpretar los hechos sin caer en el simplismo y en las conexiones fáciles, esa dualidad heredada del cine y la literatura, que no deja que nuestra mente quede abierta para pensar todas las partes del conflicto sin prejuicios...

Referencia:
Ferrándiz, F. & C. Feixa, (2004), “Una mirada antropológica sobre las violencias”, Alteridades 14(27): 149-163.


lunes, 19 de mayo de 2014

Sobre matices y diversidad: desmontando estructuras mentales.


Por Angie Larenas

Las estructuras mentales que nos ayudan a catalogar el mundo comienzan a asentarse en nuestros cerebros desde muy temprana edad. Tanto es así que puede ser muy difícil hacer entender (quizás porque una no se explica bien, que es posible) a niños y niñas que una persona puede ser “chico” en algún momento de su vida y en otro decidir ser “chica”… y dejarse barba si le da la gana.

El Sábado 9 la austriaca Conchita Wurst ganó el Festival de Eurovisión y le puso color a un festival de por sí bastante descolorido y uniforme. En casa, el festival pasa cada año sin penas ni glorias, pero esta vez, al enterarme quién había ganado fui y pinché el vídeo, y me encantó.

Días más tarde, mi hija me contó que en el cole hablaron sobre Conchita Wurst, sorprendida porque la profesora le mostró una foto y sí, era cierto, ¡la chica tenía barba! Aproveché la oportunidad para que habláramos sobre las apariencias, la identidad sexual y otras cosas importantes. 

Grande fue mi sorpresa al darme cuenta que era difícil para mi hija entender que alguien pudiera querer dejar de ser chico o chica y cambiar. Y que efectivamente Conchita Wurst había sido un chico, pero ya no lo era. Por suerte, la canción es tan clara que todo lo que yo le contaba se podía resumir con algunos de sus pasajes.



Entonces recordé lo de las estructuras mentales, esas que nos hacen ver las cosas en blanco y negro y que dificultan la percepción de los matices; su comprensión y su aceptación también. Y Conchita Wurst es precisamente eso, un matiz.

En este caso, lo que me gustaría resaltar, sobre todo, es que es importante trabajar por desmontar la rigidez de nuestras formas de pensar y de percibir el mundo; que la niñez es una etapa crucial para educar en la aceptación de la diversidad, al mismo tiempo en que aceptamos que somos expresión de esa diversidad; que nunca es pronto –y nunca es tarde- para explicar “las cosas del mundo”; y, sobre todo, que tenemos mucho que aprender.

Ahora, a menos de una semana de las elecciones al Parlamento Europeo creo que la actuación de Conchita Wurst, con su mensaje político y su irreverencia, debiera ser una oportunidad para pensar en la Europa de la inclusión y la diversidad, en la de los matices y la apertura, esa que muchos quieren, pero que otros tantos amenazan con quebrantar.

domingo, 11 de mayo de 2014

El extraño caso de una investigadora en Lanbide

Por Nerea Azkona

No era la primera vez que iba al Servicio Vasco de Empleo (Lanbide), pero para las funcionarias que me atendieron sí que fue la primera vez que veían a una investigadora en vivo y en directo.

Tenía hora a las 10 y media de la mañana para pedir la prestación por desempleo y quería aprovechar el día y llevar mi curriculum junto con todos los títulos y certificados, para poder completarlo en su base de datos y que de esa manera pudieran llamarme de algún trabajo.

La primera duda fue: ¿Dónde llevo todo lo que acredita lo que he hecho a lo largo de mi vida laboral? Siete años trabajando en la universidad da para mucho papel (creo que podría reconstruir un alcornoque con todos los títulos, titulillos y titulotes que llevan mi nombre): los títulos, las certificaciones de participación en proyectos de investigación y las ponencias en congresos, las publicaciones, expedientes, contratos de trabajo, cursos y cursillos varios, y más que ni yo misma sabía que tenía.

Llego y le pregunto a la funcionaria que me atiende si cree que nos dará tiempo en dos horas, ya que no podía llegar tarde a la otra cita. Me miró con cara de “¿Pero tú qué te piensas que vamos a hacer?”. Bien, me sobró un minuto, y porque de la mitad de las cosas que llevaba no se dejó constancia en el ordenador.

¿Por qué? ¿Cuál es el tema? Como todo está informatizado de tal manera que las categorías que existen son fijas, casi todo lo que soy no está catalogado por Lanbide (ni por el Instituto Nacional de Empleo (INEM)). Un ejemplo:

- ¿Qué eres?

- ¿Lo que he estudiado o de lo que he trabajado?

- Lo segundo.

- Ok. Soy investigadora.

- Mmmmm,… a ver… dónde está,… no sé,… ¿De qué tipo de investigación estamos hablando?

- Investigadora social especializada en migraciones.

- Bien, porque el tema de los huesos no está registrado, ¿vale?

(Mi cara empieza a ser un poema y la funcionaria empieza a pelearse con el teclado del PC)

- Yo trabajo con vivos, de momento… trabajaba en la universidad haciendo estudios sociológicos

- ¡Ah, mira! ¡Aquí está la categoría de investigador!

- ¡Bien! (Alivio)

- Espera, espera, espera… no eres detective privado, ¿verdad?

- Ehhhh… ¡Pues no! Ni huesos, ni cazatesoros, ni investigadora de cuernos

- Pues no voy a poder ponerlo… ¿cómo quieres que te defina?

- Pues, soy antropóloga y doctora en estudios internacionales, pero claro, el ordenador no va a tener ni idea ni de una ni de la otra… ¡no sé qué decirte!

- ¿Profesora de instituto?

- Pues tengo el CAP pero nunca he dado clases en un instituto.

- ¿Maestra?

- ¡Eso sí que no! Yo no tengo hecho magisterio, si quieres busca educadora social, como mucho…

- Pues… ¡Espera! ¡Existe la categoría de sociólogo!

- En fin… todo sea por no dejarlo en blanco… pero, claro, yo no tengo la carrera de Sociología, ¿eh?

Bien. Una vez superada mi definición laboral (diez años de mi vida resumidos en “sociólogo” en masculino singular) vienen los títulos, contratos y demás cosillas. No había, por supuestísimo, cabida para nada. La muchacha me miraba como si le estuviera hablando en chino y me propone no meter nada de lo que había llevado y poner en “otros” los links a mi perfil en las redes sociales de academia.edu y a LinkedIn. Muy profesional… Kilos de papel trasladado para nada.

Y al final tuve que elegir cinco profesiones con sus etiquetas fijas de las que me gustaría recibir ofertas de empleo: antropóloga (no existe), investigadora social (no existe), especialista en migraciones o en cualquier cosa por el estilo (no existe), ¿politóloga? (¡no existe! ¡Qué sorpresa!). Me quedo con socióloga y con educadora social, de lo que ejercí con un contrato en prácticas cuando acabé la diplomatura. ¿Y las otras tres? Pues profesora de instituto (ya que la mujer me insistió desde que me senté en la silla que ese era mi futuro) y un largo cri cri cri.


Obviamente, después de cinco meses no me han llamado de ningún sitio; gracias al CV que me hicieron en la oficina de empleo tampoco me extraña. Y digo yo: viendo un poco cómo está el percal en lo que se refiere a la investigación en este país… ¿A nadie se le ha ocurrido que se podría hacer una bolsa de expertos con variables e indicadores (semi)abiertos? Porque claro, Lanbide estará lleno de ¡¡¡sociólogos!!! Ya que no existe ninguna otra categoría para ciencias sociales “hermanas”. Eso sí, no sé qué tanto por ciento de “Monk”s (detective de una serie americana con TOC que ayuda a la policía a resolver casos) habrá por ahí viviendo como detectives privados, ¡ellos sí que tienen su casilla!

lunes, 5 de mayo de 2014

Lenguaje y sexismo, cuando las mujeres somos invisibles.



Por Angie Larenas

Desde hace un par de semanas estoy realizando un curso on-line sobre liderazgo y motivación. En el curso la mayoría de quienes estudiamos somos mujeres (más de veinte mujeres y tres o cuatro hombres).

Pero en el material del curso pareciera que no existimos. La alusión permanente es a “el líder” o “los líderes”. Los ejemplos son marcadamente masculinos, y hasta donde he podido llegar (voy más o menos por la mitad) solo ha habido un párrafo donde algún teórico hace referencia a los beneficios del liderazgo femenino y otro donde explican si existen o no diferencias de liderazgo según el sexo.

Digo “algún teórico” porque, siguiendo la tónica del curso, me atrevo a pensar que la abrumadora mayoría de las personas citadas en las distintas clasificaciones, teorías y ejemplos utilizados son hombres. Aunque al mismo tiempo me niego a pensar que el mundo del liderazgo sea esencialmente masculino.

Hablando en términos del curso, me “desmotiva” el hecho de que nos introduzcan en los temas del liderazgo haciendo tan evidente el uso sexista del lenguaje. Estudiamos la importancia de cuestionar, crear, actuar, participar, democratizar, etc., para ejercer un liderazgo efectivo y generar motivación para el buen funcionamiento de las organizaciones. Sin embargo, en mi opinión, cada uno de esos términos pierde el peso de su significado si no se hace evidente que quienes ejercen ese liderazgo pueden ser hombres y mujeres. 

Es decir, ¿cómo cuestionar, crear, actuar, participar, democratizar, etc., invisibilizando?




Por esa razón, propongo tres recomendaciones para evitar un uso sexista del lenguaje en cursos como este, pero que quizás nos puedan servir en distintos momentos de nuestras vidas: 

- En vez de utilizar la expresión “el jefe”, “el líder”, “el motivador”, etc., utilizar “la persona que lidera”, “el jefe o la jefa”, “el o la motivadora”, “líder o lideresa”… existen múltiples combinaciones.

- Llamar a las personas que citamos por su nombre y apellido, así no caemos en el androcentrismo de pensar que quienes piensan son hombres.

- No decir “el hombre” cuando se hace referencia a toda la humanidad. Las mujeres también somos parte de, actoras sociales, sujetos…

Es importante atajar el lenguaje sexista para eliminar su carácter excluyente. No es tarea fácil. Nuestras estructuras mentales se resisten a la transformación (las mías, al menos). 

El lenguaje es fundamental para nuestra comunicación. Permea nuestra mente, nuestras actuaciones y sentimientos; incide en la manera en que percibimos el mundo. Por eso, si continuamos reproduciendo un lenguaje sexista ayudamos a perpetuar la invisibilidad de las mujeres.

Pero considero que pequeños pasos como las tres recomendaciones anteriores pueden marcar la diferencia entre la reproducción acrítica de este tipo de lenguaje y la conciencia de su existencia, que sería, podríamos decir, el primer paso.



Algunas guías de lenguaje no sexista (hay muchas más):
UNED 



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