lunes, 8 de julio de 2013

8 minutos con Fátima: Reflexiones de una espectadora de Hiyab

Por Nerea Azkona

En 2005 el director Xavi Sala realizó un cortometraje de ficción de 8 minutos llamado Hiyab. El título hace referencia al nombre que recibe el velo islámico que llevan muchas mujeres musulmanas en la cabeza como símbolo religioso o identitario (ya, aquí, empieza el debate…). Según el propio director el corto pretende ser una apología a la tolerancia y no al velo islámico, realizando una obra que introduce este tema para reflexionar. Al año siguiente fue nominado a los premios Goya como mejor Cortometraje de Ficción. Esta obra cuenta con numerosos premios y menciones.

Ojalá (arabismo que significa “quiera dios”) tengáis 8 minutos para ver este corto y compartir con nosotras vuestras reflexiones. De momento comenzamos contextualizando la obra.

El cortometraje se desarrolla en un instituto público de algún lugar del Estado español y en él intervienen tres personajes: Fátima, una adolescente española y musulmana interpretada por Lorena Rosado en su primer día de clase; la directora del centro educativo interpretada por Ana Wagener, una mujer “comprensiva” y racional; y un profesor del centro interpretado por José Luis Torrijo. Ahora dadle al play y a disfrutar:



A mí este corto me sugiere muchas ideas de las que podríamos debatir: los símbolos que no han sido deconstruidos porque no se consideran “peligrosos”, como piercings, tatuajes, gorras, cintas… perteneciendo muchos de ellos a tribus urbanas con liturgias más arrolladoras que las de muchas religiones; el paternalismo feminista occidental; y los estereotipos de las mujeres musulmanas que nos llegan, sobre todo, desde los medios de comunicación.

Siguiendo a la autora Fatema Mernissi, es curioso escuchar en bocas tan diferentes la misma frase: “El feminismo no nació en los países árabes, es un producto importado de las grandes ciudades de Occidente”. Por un lado, esta frase la dice el grupo de los líderes religiosos conservadores árabes; y, por el otro, el de las feministas “provincianas” occidentales. En ambos casos, el papel de la mujer árabe queda relegado a actor pasivo, sumiso y “medio tonto” según palabras de Fatema, que se supone feliz “en la degradación organizada por el patriarcado y la miseria institucionalizada”. Los intereses del grupo de los líderes religiosos conservadores árabes son fáciles de entender, pero ¿y el de algunas feministas occidentales?

La que fue ministra del Igualdad (cuando había Ministerio de Igualdad, todo hay que decirlo), Bibiana Aído, mostró en varias ocasiones este paternalismo con las mujeres musulmanas, cuando la decisión en lo que respecta a sus hábitos y costumbres sobre la vestimenta debería recaer sobre ellas mismas, que, no sólo deben ser protagonistas de su propia vida, sino que tienen voz y la usan, como lo demuestran muchos relatos y artículos. En todo caso, el papel de las feministas occidentales, a mi modo de ver las cosas, debería consistir en empoderar a las mujeres (a todas) para que sean capaces de tomar la mejor decisión, sin dejar de ser dueñas de sus vidas.

En el cortometraje, el papel de la directora del centro es clave. Una mujer occidental, se supone que emancipada, con un puesto importante, que intenta hacer ver que una manifestación cultural elegida por una adolescente no es apropiada en un centro laico, y es incapaz de ver y de deconstruir otro tipo de manifestaciones (religiosos o no) que tiene a su alrededor. Igual no son símbolos religiosos de la manera tradicional, pero están relacionados con “religiones urbanas” que tampoco hacen libre a nuestras adolescentes y que maltratan su cuerpo, incluso lo mutilan, en nombre de la cultura del cuerpo y de la belleza, por ejemplo.

Considero que deberíamos preocuparnos por buscar espacios donde las voces de las personas que están más invisibilizadas salgan a la luz, en vez de “reñirles” por lo que hacen con sus vidas. A veces creo que no pensamos que las mujeres musulmanes sean capaces de “liberarse” y lo que es peor, las presionamos para que se “liberen” como lo hemos “hecho” nosotras en occidente (datos sobre el sexismo en el sistema educativo español que deberían hacernos reflexionar sobre nuestra propia liberación), y nos olvidamos de que ¡LAS MUJERES MUSULMANAS HABLAN!

De hecho, la palabra ha sido la mejor herramienta que las mujeres musulmanas han encontrado para dirigirse al mundo, para que el mundo les oiga. Escrita o hablada, es igual. La palabra es lo que vale y lo que adquiere un significado relevante cuando proviene de las propias actoras del hecho narrado. Ellas hablan de su pasado, de su presente y sobre todo sueñan con el futuro (por ejemplo las autoras del libro Escritoras Árabe: Nawal El Saadawi, Liana Badr, Ibtihal Salem, Daisy Al-Amir, Emili Nasrallah, Sharifa Al-Shamlán, Salwa Bakr, Hanan Al-Shayj, Layla Al-Uzmán, Leïla Houari, Alifa Rifaat). De sus relatos se desprende que les gustaría que su destino, además de depender de la voluntad de Allah dependiera también de ellas. Sus reivindicaciones son categorizadas como progresistas, aunque tal vez en realidad no se trate más que de puro humanismo. Valores como los de respeto, igualdad, justicia son los que ellas defienden para sí mismas, probablemente junto con otro tipo de ideales de corte más bien conservador, como la familia, la religión, etc. Sea lo que fuere, bienvenido sea. No todas las mujeres musulmanas viven de igual forma el Islam, pero todas sin excepción quieren ser dueñas de su vida. ¿Alguien lo puede poner en duda?

Además de todos los relatos de mujeres musulmanas que podemos encontrar, el movimiento feminista también existe en el Islam. La mujer musulmana encuentra más que nadie razones para luchar por su libertad; para luchar contra la imagen estereotipada que de ella se ofrece en occidente por gracia y obra de los medios de comunicación. Han conseguido que la situación que tradicionalmente han vivido haya ido cambiando y evolucionando progresivamente hacia formas más respetuosas, más contemporáneas, donde sus derechos como personas y mujeres están empezando a ser respetados.

Hoy en día muchas mujeres utilizan el velo islámico como símbolo de emancipación. Consideran el velo como una opción más que las mujeres en la adolescencia pueden elegir porque en su cultura y en su religión el cuerpo ha de permanecer oculto ante los ojos de los hombres. El cuerpo no les pertenece, pertenece a Dios y el velo les dignifica como personas y no como cuerpos. Esta última frase nos debería hacer reflexionar sobre cómo tratamos y quién decide sobre el cuerpo de las mujeres en nuestras culturas laicas (de nombre, claro) y occidentales

Si en otras entradas del blog he defendido que la identidad nacional es una cuestión subjetiva cuando observo el comportamiento de la diáspora vasca, ¿quién soy yo para decirle a otra mujer cómo ser musulmana y cómo debe vestir? La clave, bajo mi punto de vista, es tratar a todas las mujeres como personas adultas empoderándolas para que la manera de vivir que tienen sea una opción y una decisión libre tomada por ellas mismas

Más información sobre el cortometraje:


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