domingo, 2 de junio de 2013

Aparato militar y construcción del Estado


Por Angie Larenas

Hace unas semanas Artur Mas anunciaba que una vez Catalunya sea independiente se podría pedir la protección del Ejército francés. He escuchado a más de un periodista y político poner el grito en el cielo porque a Artur Mas no se le ha ocurrido la planificación de un Ejército propio en su propuesta de una Catalunya independiente.

El presidente de Haití, Martelly, pretendía favorecer a la antigua élite militar con la reorganización del Ejército haitiano en un país que no puede ni sostenerse en pie.

También he escuchado a un importante cientista político -y también activista político- decir que para construir un Estado hay que fortalecer el aparato militar.

¿Pero de dónde viene esta percepción sobre la necesidad de militarización? 

Existe una visión sobre la seguridad que ha logrado imponerse como pensamiento único en el ejercicio político internacional: el realismo político. Este tiene la visión de que los Estados forman un sistema anárquico donde las luchas por el poder son constantes y naturales. 

En ese sistema anárquico los Estados necesitan asegurar su condición como tales, su soberanía, y su situación de poder. Lo hacen a través de la política, de la economía, de la cultura, pero también mediante el uso de la fuerza o de la demostración de su fuerza potencial. Es decir, a través de la construcción de un aparato militar lo suficientemente sólido como para disuadir a sus “enemigos” de un ataque.

La nuclearización es el ejemplo más claro y extremo a la vez. Se dice que en la actualidad hay 8 países que poseen bombas atómicas (mucho más potentes que las que lanzó EEUU a Japón en 1945): EEUU, China, Rusia, Francia, Reino Unido, Israel, Pakistán e India. Pero el solo hecho de deslizar el interés por construir una bomba atómica (como Irán) o de declarar que se tiene aunque nadie puede asegurar que sea cierto (como Corea del Norte) es un elemento de disuasión tan potente como para mantener al mundo en ascuas durante varios telediarios.

La cuestión es que la construcción de un aparato militar se percibe como una necesidad para controlar las fronteras, para mantener la soberanía, para construir alianzas. En el fondo, para “mantener al enemigo a raya”. Y cuando el “enemigo” no está en la frontera exterior, sino en la interna, se utiliza esa fuerza para reprimir a quienes osan rebelarse y, como daño colateral, a la propia población civil. Es lo que ocurre en Siria.

¿Esto tiene que ser así? Pues no. Así nos lo han contado y así ha venido ocurriendo. Es cierto que no conocemos otra realidad. Por lo tanto, hay que construirla; y construirla pasa por desmontar la visión cerrada y esencialista de la relación entre los Estados.

Primero, en este supuesto sistema internacional anárquico, más que anarquía lo que existen son relaciones jerárquicas de poder, donde unos mandan y otros obedecen, donde unos controlan y otros son controlados. Esa correlación de fuerzas es dinámica. De hecho, hace 30 años existían dos superpotencias que llevaron la carrera armamentística hasta su máxima expresión, pero una de las dos, la URSS, resultó no ser tan potente y desapareció.

Segundo, esa jerarquía no es natural, ha sido construida por las personas a través de la historia. Por lo tanto, decir que la militarización es condición para la construcción y el mantenimiento de un Estado no es necesariamente cierto. Ahí están Japón y Costa Rica sin aparato militar. Somos las propias personas quienes hemos convertido a los Ejércitos en una necesidad. 

Tercero, en el mundo actual son cada vez más escasas las guerras entre Estados y sí más probables los conflictos armados dentro de un propio Estado. Entonces ¿para qué mantener un aparato militar si son pocas las posibilidades de ir a la guerra con un país vecino? Dentro del dinamismo mundial el rol de los Ejércitos ha ido cambiando. 

Se dice que la propia OTAN, que surgió como muro de contención ante las demostraciones de fuerza de la URSS, perdió su razón de ser cuando cayó el bloque socialista. Sin embargo, logró persistir gracias a su injerencia en asuntos humanitarios. La imagen del militar ayudando en guerras y catástrofes “naturales” ha sido como un lavado de cara para el mundo militar post-Guerra Fría y lo ha ayudado a justificar su mantenimiento.

Con estas líneas lo que pretendo es argumentar que lo que parece ser no necesariamente es, que podemos dudar de lo que nos cuentan, que lo que sucede no es fruto de la naturaleza humana: somos así, pero podemos ser de otra forma. La inversión en la industria militar tiene un costo en vidas humanas, el gasto público militar es no-gasto en otras áreas de la sociedad, el comercio de armas es el (des)control sobre las armas… y así podríamos continuar con un largo etcétera.

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