Las razas no existen. Somos parte de una única raza humana sin suficientes diferencias como para que pueda hablarse de distintas razas. Eso sí, somos culturalmente diversos/as, coloridos/as, dispares…
Aquellas personas a quienes se suele nombrar como “de color” son negras. Llamar “de color” a una persona negra, en mi opinión, es reproducir una connotación racista. Yo soy de color… Hasta donde sé este “marrón” que llevo en la piel no es un no-color.
¿Pero por qué nos cuesta tanto entender cosas tan simples? ¿Faltan explicaciones, falta interés, falta pensamiento crítico?
La teoría sobre las razas se construyó para justificar la esclavitud de personas negras. Siglos tardamos en darnos cuenta de que era una falacia y siglos estamos tardando en barrer del imaginario social toda su herencia de connotaciones racistas.
Desde los típicos “chistes” (que a veces no es fácil darse cuenta de que no son chistosos, sino degradantes, como los chistes sexistas), hasta la reproducción de estereotipos (como los sexuales) y de frases cotidianas (como aquella frase del futbolista camerunés Samuel Eto’o, que dijo algo así como: “corro como negro para cobrar como blanco”), son parte de una ideología racista que cree que existen humanos/as inferiores y superiores, y que la superioridad la define el color de la piel.
Nuestro mundo está construido teniendo como paradigma del éxito al “hombre-blanco-adinerado”. Todo aquello que escapa a ese paradigma produce desconfianza, y la produce porque tenemos demasiado interiorizadas aquellas connotaciones racistas que sobrevivieron a la teoría sobre las razas.
Por eso, que una mujer-negra-migrante ocupe un puesto de poder en Europa despierta los recelos de sus contrincantes, quienes se ven con la legitimidad para agredirla, como le está ocurriendo a la Ministra de Integración italiana, Cécile Kyenge. En diferentes momentos y por parte de distintas personalidades políticas, al parecer, todos del partido la Liga Norte, se ha utilizado el color de la piel de la Ministra, el hecho de ser migrante y de ser mujer, para denigrarla, a ella y a su trabajo.
A través de esta entrada reivindicamos el derecho de Cécile Kyenge y de cualquier otra persona a ocupar un cargo público independientemente de su color de piel, del hecho de ser migrante y de ser mujer. Sirva, además, para reflexionar sobre aquellas frases racistas que reproducimos a diario, sobre cómo nos relacionamos y cómo queremos hacerlo. Sobre la necesidad de defender la tolerancia y, más allá de esta, la aceptación.
Las Naciones Unidas ha promovido numerosos
proyectos, planes y acuerdos para mejorar la situación de pobreza extrema (menos
de un dólar al día) que arrastra a más de 1.000 millones de personas. Un
ejemplo son los Objetivos de Desarrollo
del Milenio, resultado de la reunión que convocaba a los representantes de
los Estados miembros de las Naciones Unidas en Nueva York en septiembre de
2000, que se llamó La Cumbre del Milenio y en la que se redactó la Declaración del Milenio.
La política comunitaria de cooperación para el desarrollo descrita en
el Tratado de Lisboa se caracteriza por las llamadas tres “c”: complementariedad,
ya que nos estamos refiriendo a un ámbito competencial compartido; coordinación, porque es una política
trasversal que se supone que hay que tener en cuenta a la hora de aplicar otras
políticas que puedan afectar a los países en desarrollo; y coherencia, entre los tres
niveles de las administraciones: la política de la Unión y la de los Estados
miembros deben estar en consonancia con lo acordado en Naciones Unidas.
El Tratado afirma
explícitamente que la reducción y la
erradicación de la pobreza son el objetivo principal de la política de la
Unión en el ámbito de la cooperación para el desarrollo, y por ello la UE debe
tenerlo en cuenta al aplicar las políticas que puedan afectar a los países en
desarrollo. Esto requiere que dicha política posea entidad propia y no
constituya un mero complemento de la Política Exterior y de Seguridad Común.
La cooperación para el
desarrollo y la ayuda humanitaria son competencias
compartidas paralelas, es decir la UE aplica una política propia y los
Estados miembros pueden hacer lo mismo, evitándose así que la actuación de la
UE sea un mero complemento de las políticas estatales.
El 20 de diciembre de
2005 los Presidentes de la Comisión, del Parlamento y del Consejo Europeos
firmaron una Declaración de política de cooperación al desarrollo titulada Consenso Europeo sobre Desarrollo. No tiene valor
jurídico vinculante pero la amplia coincidencia alcanzada le da fuerza
política.
En él se define, como
se apuntó en el Tratado de Lisboa, el marco de principios comunes en el que la
UE y sus Estados aplicarán sus respectivas políticas de desarrollo con un
espíritu de complementariedad:
Principio de eficacia de la ayuda.
Coordinación
con los Estados miembros y los actores internacionales.
Coherencia
de las políticas europeas con los objetivos del desarrollo.
Tiene el propósito de
reformular las políticas de desarrollo de la UE para contribuir a erradicar la
pobreza y construir un mundo más justo y pacífico. La Unión se implica de modo
particular en la consecución de los ODM de las Naciones Unidas.
El Consenso Europeo sobre Desarrollo es una declaración que consta de
dos partes.
La primera es la visión
de la UE del desarrollo en la que se define los objetivos y principios comunes para la cooperación al desarrollo en las
acciones de la UE y de los Estados miembros, que son: la asunción de las
estrategias y la asociación; el diálogo político; la participación de la
sociedad civil; la igualdad entre hombres y mujeres; y el compromiso constante
para prevenir la fragilidad de los Estados (incluye el compromiso de aumentar
el volumen y la calidad de la ayuda hasta el 0,7% del PIB comunitario hasta
2015).
La segunda parte está
relacionada con la política de
desarrollo de la UE y es donde se fija la forma de ejecutar la visión antes mencionada. Entre las actividades se
destacan los siguientes ámbitos recalcados por las Naciones Unidas: el
desarrollo humano; la democracia; y los derechos humanos.
Podemos decir que, en la dimensión discursiva, los Objetivos
de Desarrollo del Milenio (ODM) son los pilares del nuevo paradigma occidental
de cooperación al desarrollo.
Esto es, dentro de las
políticas de desarrollo en las dimensiones que hacen referencia a los discursos
encontramos que las Naciones Unidas (Declaración del Milenio, ODM), la UE
(Consenso Europeo del Desarrollo) mantienen una línea coherente en sus documentos.
La UE se “alinea” con
estos principios. Sin embargo, ¿qué
sucede en la implementación de las políticas de cooperación y con sus
instrumentos de financiación? Pues que se olvidan de estos pilares y priman
los acuerdos económicos y migratorios entre partes desequilibradas.
En el año 2000 el Consejo de Seguridad de la ONU lanzó la primera Resolución donde aparece el tema de género. La Resolución 1325 surgió a causa de la presión del movimiento feminista por la discriminación y la vulneración de los derechos de las mujeres en procesos de conflicto armado.
Como bien es sabido, las resoluciones del Consejo de Seguridad tienen carácter vinculante y constituyen el marco para las actuaciones internacionales en materia de resolución de conflictos. Pero ¿por qué es tan importante que se redacten resoluciones específicas en materia de protección de los derechos humanos de las mujeres?
Un ejemplo bastante actual lo tenemos en Egipto. En las protestas ocurridas en los días alrededor del 30 de junio pasado. Se ha documentado la utilización de ataques sexuales como arma para castigar a las mujeres por su participación en las concentraciones de la Plaza Tahrir, y para disuadir a otras de que lo hagan. En el fondo, se trata de utilizar el abuso, el acoso y la violación sexual para infundir el miedo. Es, además, una forma de escarmentar a aquellas mujeres que “osan” ocupar el espacio público.
A continuación podemos ver un video preparado por Human Rights Watch (subtitulado en inglés) y publicado el 2 de julio sobre este mismo tema.
Estos sucesos en Egipto podrían considerarse como hechos aislados, pero no lo son. La desigualdad a la que nos vemos sometidas las mujeres dentro del sistema patriarcal permite que la violencia hacia nosotras sea un hecho extendido y en gran medida aceptado. La diferencia en un contexto de conflicto es que esa violencia aflora de la manera más extrema. Este es un ejemplo, pero hay otros ampliamente documentados, como en los conflictos armados de la RDC, Colombia, Bosnia…
En el fondo, la violencia sexual, y la violación como arma de guerra, son la continuación de una situación de violencia estructural amparada en la desigualdad, la discriminación y el machismo.
Por eso vuelvo a la Resolución 1325 y remarco la importancia de los tres niveles en los que el Consejo de Seguridad de la ONU subrayó que es preciso enfatizar para subvertir esta realidad: la prevención, la protección y la participación de las mujeres. Por eso es tan importante que las egipcias continúen ocupando la Plaza Tahrir.
En 2005 el director Xavi Sala realizó un cortometraje de ficción de 8 minutos llamado Hiyab. El título hace referencia al nombre que recibe el velo islámico que llevan muchas mujeres musulmanas en la cabeza como símbolo religioso o identitario (ya, aquí, empieza el debate…). Según el propio director el corto pretende ser una apología a la tolerancia y no al velo islámico, realizando una obra que introduce este tema para reflexionar. Al año siguiente fue nominado a los premios Goya como mejor Cortometraje de Ficción. Esta obra cuenta con numerosos premios y menciones.
Ojalá (arabismo que significa “quiera dios”) tengáis 8 minutos para ver este corto y compartir con nosotras vuestras reflexiones. De momento comenzamos contextualizando la obra.
El cortometraje se desarrolla en un instituto público de algún lugar del Estado español y en él intervienen tres personajes: Fátima, una adolescente española y musulmana interpretada por Lorena Rosado en su primer día de clase; la directora del centro educativo interpretada por Ana Wagener, una mujer “comprensiva” y racional; y un profesor del centro interpretado por José Luis Torrijo. Ahora dadle al play y a disfrutar:
A mí este corto me sugiere muchas ideas de las que podríamos debatir: los símbolos que no han sido deconstruidos porque no se consideran “peligrosos”, como piercings, tatuajes, gorras, cintas… perteneciendo muchos de ellos a tribus urbanas con liturgias más arrolladoras que las de muchas religiones; el paternalismo feminista occidental; y los estereotipos de las mujeres musulmanas que nos llegan, sobre todo, desde los medios de comunicación.
Siguiendo a la autora Fatema Mernissi, es curioso escuchar en bocas tan diferentes la misma frase: “El feminismo no nació en los países árabes, es un producto importado de las grandes ciudades de Occidente”. Por un lado, esta frase la dice el grupo de los líderes religiosos conservadores árabes; y, por el otro, el de las feministas “provincianas” occidentales. En ambos casos, el papel de la mujer árabe queda relegado a actor pasivo, sumiso y “medio tonto” según palabras de Fatema, que se supone feliz “en la degradación organizada por el patriarcado y la miseria institucionalizada”. Los intereses del grupo de los líderes religiosos conservadores árabes son fáciles de entender, pero ¿y el de algunas feministas occidentales?
La que fue ministra del Igualdad (cuando había Ministerio de Igualdad, todo hay que decirlo), Bibiana Aído, mostró en varias ocasiones este paternalismo con las mujeres musulmanas, cuando la decisión en lo que respecta a sus hábitos y costumbres sobre la vestimenta debería recaer sobre ellas mismas, que, no sólo deben ser protagonistas de su propia vida, sino que tienen voz y la usan, como lo demuestran muchos relatos y artículos. En todo caso, el papel de las feministas occidentales, a mi modo de ver las cosas, debería consistir en empoderar a las mujeres (a todas) para que sean capaces de tomar la mejor decisión, sin dejar de ser dueñas de sus vidas.
En el cortometraje, el papel de la directora del centro es clave. Una mujer occidental, se supone que emancipada, con un puesto importante, que intenta hacer ver que una manifestación cultural elegida por una adolescente no es apropiada en un centro laico, y es incapaz de ver y de deconstruir otro tipo de manifestaciones (religiosos o no) que tiene a su alrededor. Igual no son símbolos religiosos de la manera tradicional, pero están relacionados con “religiones urbanas” que tampoco hacen libre a nuestras adolescentes y que maltratan su cuerpo, incluso lo mutilan, en nombre de la cultura del cuerpo y de la belleza, por ejemplo.
Considero que deberíamos preocuparnos por buscar espacios donde las voces de las personas que están más invisibilizadas salgan a la luz, en vez de “reñirles” por lo que hacen con sus vidas. A veces creo que no pensamos que las mujeres musulmanes sean capaces de “liberarse” y lo que es peor, las presionamos para que se “liberen” como lo hemos “hecho” nosotras en occidente (datos sobre el sexismo en el sistema educativo español que deberían hacernos reflexionar sobre nuestra propia liberación), y nos olvidamos de que ¡LAS MUJERES MUSULMANAS HABLAN!
De hecho, la palabra ha sido la mejor herramienta que las mujeres musulmanas han encontrado para dirigirse al mundo, para que el mundo les oiga. Escrita o hablada, es igual. La palabra es lo que vale y lo que adquiere un significado relevante cuando proviene de las propias actoras del hecho narrado. Ellas hablan de su pasado, de su presente y sobre todo sueñan con el futuro (por ejemplo las autoras del libro Escritoras Árabe: Nawal El Saadawi, Liana Badr, Ibtihal Salem, Daisy Al-Amir, Emili Nasrallah, Sharifa Al-Shamlán, Salwa Bakr, Hanan Al-Shayj, Layla Al-Uzmán, Leïla Houari, Alifa Rifaat). De sus relatos se desprende que les gustaría que su destino, además de depender de la voluntad de Allah dependiera también de ellas. Sus reivindicaciones son categorizadas como progresistas, aunque tal vez en realidad no se trate más que de puro humanismo. Valores como los de respeto, igualdad, justicia son los que ellas defienden para sí mismas, probablemente junto con otro tipo de ideales de corte más bien conservador, como la familia, la religión, etc. Sea lo que fuere, bienvenido sea. No todas las mujeres musulmanas viven de igual forma el Islam, pero todas sin excepción quieren ser dueñas de su vida. ¿Alguien lo puede poner en duda?
Además de todos los relatos de mujeres musulmanas que podemos encontrar, el movimiento feminista también existe en el Islam. La mujer musulmana encuentra más que nadie razones para luchar por su libertad; para luchar contra la imagen estereotipada que de ella se ofrece en occidente por gracia y obra de los medios de comunicación. Han conseguido que la situación que tradicionalmente han vivido haya ido cambiando y evolucionando progresivamente hacia formas más respetuosas, más contemporáneas, donde sus derechos como personas y mujeres están empezando a ser respetados.
Hoy en día muchas mujeres utilizan el velo islámico como símbolo de emancipación. Consideran el velo como una opción más que las mujeres en la adolescencia pueden elegir porque en su cultura y en su religión el cuerpo ha de permanecer oculto ante los ojos de los hombres. El cuerpo no les pertenece, pertenece a Dios y el velo les dignifica como personas y no como cuerpos. Esta última frase nos debería hacer reflexionar sobre cómo tratamos y quién decide sobre el cuerpo de las mujeres en nuestras culturas laicas (de nombre, claro) y occidentales.
Si en otras entradas del blog he defendido que la identidad nacional es una cuestión subjetiva cuando observo el comportamiento de la diáspora vasca, ¿quién soy yo para decirle a otra mujer cómo ser musulmana y cómo debe vestir? La clave, bajo mi punto de vista, es tratar a todas las mujeres como personas adultas empoderándolas para que la manera de vivir que tienen sea una opción y una decisión libre tomada por ellas mismas.