Por Angie Larenas
Las razas no existen. Somos parte de una única raza humana sin suficientes diferencias como para que pueda hablarse de distintas razas. Eso sí, somos culturalmente diversos/as, coloridos/as, dispares…
Aquellas personas a quienes se suele nombrar como “de color” son negras. Llamar “de color” a una persona negra, en mi opinión, es reproducir una connotación racista. Yo soy de color… Hasta donde sé este “marrón” que llevo en la piel no es un no-color.
¿Pero por qué nos cuesta tanto entender cosas tan simples? ¿Faltan explicaciones, falta interés, falta pensamiento crítico?
La teoría sobre las razas se construyó para justificar la esclavitud de personas negras. Siglos tardamos en darnos cuenta de que era una falacia y siglos estamos tardando en barrer del imaginario social toda su herencia de connotaciones racistas.
Desde los típicos “chistes” (que a veces no es fácil darse cuenta de que no son chistosos, sino degradantes, como los chistes sexistas), hasta la reproducción de estereotipos (como los sexuales) y de frases cotidianas (como aquella frase del futbolista camerunés Samuel Eto’o, que dijo algo así como: “corro como negro para cobrar como blanco”), son parte de una ideología racista que cree que existen humanos/as inferiores y superiores, y que la superioridad la define el color de la piel.
Nuestro mundo está construido teniendo como paradigma del éxito al “hombre-blanco-adinerado”. Todo aquello que escapa a ese paradigma produce desconfianza, y la produce porque tenemos demasiado interiorizadas aquellas connotaciones racistas que sobrevivieron a la teoría sobre las razas.
Por eso, que una mujer-negra-migrante ocupe un puesto de poder en Europa despierta los recelos de sus contrincantes, quienes se ven con la legitimidad para agredirla, como le está ocurriendo a la Ministra de Integración italiana, Cécile Kyenge. En diferentes momentos y por parte de distintas personalidades políticas, al parecer, todos del partido la Liga Norte, se ha utilizado el color de la piel de la Ministra, el hecho de ser migrante y de ser mujer, para denigrarla, a ella y a su trabajo.
A través de esta entrada reivindicamos el derecho de Cécile Kyenge y de cualquier otra persona a ocupar un cargo público independientemente de su color de piel, del hecho de ser migrante y de ser mujer. Sirva, además, para reflexionar sobre aquellas frases racistas que reproducimos a diario, sobre cómo nos relacionamos y cómo queremos hacerlo. Sobre la necesidad de defender la tolerancia y, más allá de esta, la aceptación.
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