Por Angie Larenas
En 1955 Rosa Parks (Montgomery, EEUU) se cansó de vivir la humillación a que se veía sometida cada día en el espacio público y decidió transgredir las normas establecidas: no cedió el asiento a un hombre blanco en el autobús, tal y como “debió” haber hecho. Ese día Rosa Parks optó por la confrontación. Pasó una noche en prisión, pagó una multa, pero continuó.
Rosa Parks fue consciente de su situación, se movilizó y se esforzó por cambiar las normas de la segregación racial. Al desafiarlas, Rosa Parks demostró que esas normas no eran naturales aunque lo parecieran.
La acción de Rosa Parks es, en mi opinión, un ejemplo de la lucha por la eliminación de la violencia hacia las mujeres (sin desmerecer el impacto directo que tuvo en el impulso del movimiento por los derechos civiles en EEUU). Un tipo de violencia que no necesariamente atenta contra la integridad física, no, porque la violencia tiene manifestaciones diversas.
Me refiero a la violencia estructural. Aquella que tiene su fundamento en el funcionamiento de las estructuras de la sociedad, las que fuerzan a las personas y limitan su capacidad de auto-realización. La pobreza, la desigualdad social, el racismo, el sexismo, etc., son fenómenos sociales que emanan del funcionamiento de las estructuras. Se trata de procesos interrelacionados e interdependientes, producto de la agencia humana.
¿Por qué esa violencia tiene formas específicas en relación con las mujeres?
La violencia estructural no impacta por igual a mujeres y hombres. Hemos construido el mundo social sobre relaciones desiguales: desigualdad en el acceso a los recursos, discriminaciones múltiples, segregaciones, etc. Las relaciones de género desiguales están en la base del funcionamiento y de la reproducción de las estructuras. Por lo tanto, las condiciones desiguales en que mujeres y hombres accedemos al mundo social hace que sea insuficiente –aunque necesaria- la lucha contra la violencia física. Hay que ir más lejos.
Superar la situación de violencia estructural en la que vivimos no es sencillo. Pasa por:
- Reconocer la existencia de las estructuras que nos constriñen: desnaturalizarlas.
- Tener claridad sobre las condiciones de explotación a que nos somete el sistema patriarcal: tomar conciencia.
- Actuar, como hizo Rosa Parks: confrontar, movilizar, conscientizar.
Si no se eliminan las raíces profundas de la violencia, la violencia persiste y se reproduce. Hay que buscar esas raíces, lo que implica una visión crítica del mundo en que vivimos.
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