Por Nerea Azkona
De nuevo el mismo sentimiento que sintió mi corazón hace
cinco años cuando decidí separarme.
Primero sientes que no estás a gusto, pero no te atreves ni
a pensarlo. Ya no eres feliz. De hecho, ya ni te acuerdas de cuando lo eras.
Pero toda esa nebulosa de recuerdos y sentimientos se aturullan en tu cabeza
sin poder aún ponerles nombres y sin saber identificar todavía qué es lo que
sientes de verdad.
Luego las cosas empeoran y cada vez te sientes más
desgraciada hasta que ahogada por la pena y el miedo decides contárselo a
alguien. Cuando te oyes en voz alta, sabes, en ese mismo momento, que a la
relación le quedan meses, semanas o días. Ya le has puesto nombre y está en tu
punto de mira.
Sin embargo, sigues intentando buscar soluciones, pero no
ves ninguna que pueda asegurar a medio o largo plazo una medida que no sea un
parche o una tirita que vaya a despegarse a la primera de cambio. Cuando algo
va mal y no puedes solucionarlo lo más natural es que las cosas empeoren y
notas como cada vez queda menos tiempo, cómo la situación se vuelve
insoportable a pasos agigantados y cómo pide a gritos que agarres las riendas y
que pongas algo de racionalidad en el asunto.
Y así va pasando el tiempo hasta que llegan los días previos
a la ruptura que son los peores. Sabes que el tema se va a terminar, porque ya
has decidido que así va a ser, y tienes que comunicarlo y pensar en cosas más
pragmáticas que antes no habías pensado. Ahora es el momento de reflexionar en
cómo se va a proceder: quién se va de casa, dónde te vas a instalar, si te
llega el dinero para hacerlo, cómo va a ser el futuro en solitario o dónde vas
a volver a reconstruirte de nuevo. Vivir sola, buscar un compañero de piso o
volver con tu familia. Y mil preguntas más que te bombardean la mente, que no
te dejan dormir, y que sólo te piden cerveza y nicotina.
Por momentos lo vives con entusiasmo, en otras ocasiones con
autentico pavor. Tienes miedo a equivocarte a tomar una decisión de la que
puedes arrepentirte, a pesar de que llevas meses dándole vueltas al asunto y
sabes que es lo mejor para todos, y sobre todo, que es lo mejor para ti.
Y por fin llega el día en que lo haces. Te vas y,
sorprendentemente, el mundo no se para. Todo sigue igual a pesar de que tú has
decidido cambiar por completo. Pero para el resto del mundo es un día más de
sus vidas, aunque tú no puedas olvidar jamás la fecha del 22 de septiembre. Y
eso por un lado te calma, porque ves que no es para tanto; y por el otro te
cabrea porque lo que tanto te ha costado decidir al resto del mundo le importa
una mierda.
Y ahí termina todo. Con el tiempo puede que te arrepientas o
puede que creas que es la mejor decisión que has tomado en tu vida. Eso nunca
se sabe hasta que eres capaz de mirar hacia atrás sin que te de vértigo.
Bueno, pues he vuelto a sentir esa incertidumbre. Puede que
esté empeñada en continuar una relación que no me lleva a ningún sitio y ayer,
por primera vez, comenté este miedo en voz alta. Si el ciclo se repite, ya estaría
en la anteúltima fase y de aquí a unos meses todo podría terminar.
Puede que me haya empecinado en ser investigadora y puede
que me esté empezando a rendir. Estoy hastiada y cansada de luchar por algo que
no tiene hueco en el mercado laboral y no puedo vivir más en esa incertidumbre
de no saber qué va a pasar conmigo en los próximos meses.
Sí. Puede que lo mejor sea que lo dejemos aquí. De todos
modos, me quedan aún, según mi experiencia previa, hasta después del verano
para que acabe de tomar la decisión. Aún quedan meses de parches y tiritas.
Qué difícil es cambiar de vida y abandonar todo lo anterior
para reconstruirte en algo que aún no sabes qué va a ser: una tienda, un bar,
una frutería… algo que te de las satisfacciones que mereces. O menos.
Simplemente necesitas un sitio al que ir a trabajar y lo que es más importante,
un sitio que te dé la oportunidad de volver a casa cada día después de tu
jornada.
Pero bueno, el primer paso ya está. Si me separé y
sobreviví; cambiaré de profesión y me las apañaré del mismo modo. Querida
investigación, fue bonito mientras duró.
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