Por Nerea Azkona
Cuando aún estaba estudiando antropología tuvimos que realizar un trabajo de fin de carrera. Una pequeña investigación. Me acuerdo que una compañera analizó la experiencia del deporte escolar en el colectivo de las madres de los estudiantes de primaria. En la portada del trabajo había una foto muy significativa para ella. Estaba una mujer delgada y muy abrigada apoyada en una barandilla viendo un partido de fútbol de alevines donde jugaba su hijo. Le pregunté el por qué de la elección de esa foto y me contó que el día que la hizo vio a su amiga después de muchos meses y se acercó a ella para decirle lo guapa que estaba. Por lo visto había adelgazado muchos kilos en los últimos tiempos. Ella le contestó que sí, que había adelgazado, que tenía cáncer de estómago.
Esta historia me suena y hoy quiero hacer una pequeña reflexión sobre la belleza, la delgadez y la salud. Hasta donde yo sé, y por experiencia propia, estar delgada no es sinónimo de estar sana. Y muchas veces nos aventuramos en temas que son muy complicados por querer hacer un cumplido.
Se dan ambos casos. Si alguien engorda en un breve espacio de tiempo, normalmente, nadie le dice nada. Igual sí. Puede que te comenten el hecho de que hayas cogido algún kilo. Normalmente nadie engorda mucho en pocos meses por nada. Y esto debería tenerse en cuenta. En una sociedad como la nuestra los problemas de ansiedad están a la orden del día. Aquí también hablo por experiencia. Y la sensación de que si no comes vas a desvanecerte en cualquier momento es muy difícil de llevar.
Por otra parte, todo el mundo interpreta que si adelgazas en poco tiempo se debe a tu tenacidad y a tus ganas de adelgazar para estar más guapa. Bien. Esto no suele ser así. ¿Y por qué? Para empezar, para adelgazar de manera sana y saludable no es recomendable hacerlo en pocos meses, por lo que si alguien lo hace tan rápido puede que sea un indicador de que algo no va bien en su cuerpo. Como el ejemplo de la mujer de la portada del trabajo.
Pues bien. No hace un año que me operaron de una hernia de hiato por segunda vez. La operación se complicó y acabé en la UCI después de tener hemorragia interna en el hígado. Está complicación hizo que estuviera durante dos meses en reposo absoluto en mi casa malcomiendo. Y hasta hace muy poco no he podido ir añadiendo más alimentos a mi dieta. Me he alimentado a base de algunas frutas y verduras (nada de cítricos, lechuga, coliflor,… y un largo etcétera) y pavo. Hay alimentos que no puedo tomar porque mi estómago no los tolera (refrescos, zumos, pimientos,…) y hay otros que no puedo comer, de momento, hasta que se recupere mi hígado (alcohol, fresas, melón, champiñones, grasas,…). A causa de esto, de los dolores y de que estaba terminando mi tesis he adelgazado alrededor de 30 kilos. Ahora estoy mejor, pero os aseguro que ha habido momentos que no me tenía en pie, que mis ojeras llegaban hasta el suelo y que no tenía fuerza ni para hacerme la cama.
Cada vez que alguien me dice lo guapa que estoy me da una punzada en el hígado. No lo he buscado y pesar 60 kilos con mi metro setenta no ha sido algo elegido por mí. Se debe a una circunstancia de la que tendré secuelas para siempre.
Con esto quiero decir que, antes de meternos a valorar la belleza del de enfrente, tengamos en cuenta que no siempre son nuestras decisiones directas las que afectan a nuestro físico y que habría que tener un poco de empatía a la hora de emitir juicios de valor.
Cuando tenía sobrepeso, las críticas me resbalaban bastante. Ahora los halagos me hacen bastante más daño. El típico “no hay mal que por bien no venga” me envenena la sangre. Yo no elegí estar delgada a cualquier precio. Casi me muero, pero estoy delgada. Pues vaya, igual, incluso, tengo que darles las gracias al equipo médico…
Lo más importante que he hecho este año está relacionado con mi carrera académica y muchas veces me da la sensación de que mis personas más allegadas dan más importancia a “lo guapa que me he puesto”. Y me da rabia. Y me da pena.
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