Por Nerea Azkona
Desde hace más de veinte años, se ha llegado a un
cierto consenso de que la pobreza es
uno de los principales elementos que define la disparidad entre países. Para
medirla se tomó como punto de partida el número de personas que, en el año
1990, vivían con menos de un dólar al día. Este indicador que mide la pobreza
exclusivamente a partir de los ingresos
económicos hace mucho tiempo que se cuestionó.
De hecho existen estimaciones de pobreza que se
basan en otros indicadores tales como la desnutrición,
la mortalidad infantil o el acceso a los servicios básicos, caso
del Índice de Desarrollo Humano
(IDH).
Según las estadísticas relacionadas con la economía
del Banco Mundial (BM), en el año
2008 vivían en el mundo alrededor de 6.700 millones de personas. En términos
macroeconómicos una parte de la población, aproximadamente 1.000 millones de
personas, contaba con una Renta Per Cápita (RPC) de 67 euros al día. Sin embargo,
la inmensa mayoría de la población mundial vivía, y sigue viviendo, en
condiciones económicas precarias, que cruzan, incluso, el umbral de la pobreza
extrema, habiendo 4.600 millones de personas que subsisten con una RPC diaria
inferior a 7 euros; y 1.000 millones de personas que sobreviven con menos de
1,1 euros al día.
Este panorama de desigualdades ha interpelado a la
Sociedad Internacional, que ha llegado al consenso de que es urgente generar condiciones de desarrollo para
todas las personas.
En este sentido, a finales de la década de los ochenta la preocupación
por los desequilibrios socio-económicos motivó que los Estados económicamente
más desarrollados, a través de instituciones multilaterales tales como el BM y
el Fondo Monetario Internacional (FMI), acordaran lo que se denominó el Consenso de Washington, una iniciativa
para el desarrollo global basada en políticas económicas neoliberales centradas
en la liberalización de los mercados.
El desarrollo
consistía básicamente en conseguir que los países más pobres se acercaran a las
pautas de los países más ricos; siendo la gran propuesta la identificación del
desarrollo con el crecimiento económico.
Veinte años después la realidad mostró el fracaso de la iniciativa. Según el Informe de Desarrollo Humano del
Programa de Desarrollo de Naciones Unidas (2009), las poblaciones de 54 países
que se comprometieron con planes de desarrollo promovidos en el marco del
Consenso de Washington, eran más pobres que antes de aplicarlos.
En el 2000
la Sociedad Internacional se comprometió con una nueva iniciativa: los Objetivos de Desarrollo del Milenio
(ODM). Fue promovida desde el ámbito de Naciones Unidas.
En la base de esta nueva iniciativa está la
intención de que países con economías menos y más desarrolladas trabajen juntos
con el horizonte de un futuro compartido.
Aunque cabe reseñar que los objetivos de la Cumbre del Milenio coincidieron con
los que el Comité de Ayuda al Desarrollo (CAD) de la OCDE planteó en el año
1996 para los países donantes. Por lo cual, la fijación de los ODM no es el
resultado de un diálogo entre países ricos y pobres, sino la aceptación por
estos últimos de lo que ya habían acordado los primeros.
A pesar de todo, esta noción de desarrollo más integral que lo meramente económico, está
en la línea de la propuesta del Premio Nobel de Economía en 1998 Amartya Sen, que
considera que:
“el proceso de desarrollo de las libertades humanas incluye capacidades elementales como la capacidad de evitar hambrunas, desnutrición, mortalidad infantil, así como libertades que derivan de la alfabetización, de libertad de expresión, de la participación política” (Sen, 1999: 36).
En cuanto a la financiación
de esta iniciativa en el año 2002, y también desde el ámbito de Naciones
Unidas, se convocó a una Conferencia
Internacional en Monterrey (México) para confirmar los compromisos de
financiación para el desarrollo que los Estados con economías más sólidas
asumirían para la consecución de estos fines. Se aludió al objetivo de destinar
a la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) el 0,7% del PIB de los Estados comprometidos en el plazo de
tiempo más breve posible. Seis años después (2008), se celebró en Doha (Qatar)
una Conferencia de seguimiento de los compromisos del Consenso de Monterrey. Uno de los avances más significativos fue la
decisión de los Estados miembros de la Unión Europea de aportar fondos para la
AOD hasta alcanzar los ratios de 0,56% del PIB para 2010 y el 0,7% para 2015.
Sin embargo, a pesar de que la Unión Europea en
2010 fue el mayor donante mundial de AOD con 53.800 millones de euros (0,43%
del PIB), esta cifra no fue suficiente para alcanzar el objetivo de llegar al
0,56% del PIB durante ese año.
Referencias:
- Banco Mundial - Pobreza
- Naciones Unidas – ODM
- Unión Europea - AOD europea
- SEN, A., 1999. Development as Freedom. New York: Anchor Books.
- PNUD, 2009. Informe de Desarrollo Humano. Naciones Unidas.
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