Por Angie Larenas
Para aquellas personas que estamos cerca del mundo infantil femenino (porque sí, sigue existiendo un mundo infantil masculino y uno femenino, por más que una se empeñe en desdibujar las fronteras), “Las Monster” son merchandising de moda. Las muñecas Monster tienen un toque monstruoso: colores oscuros, dientes de vampiro, orejas de mujer-lobo, costuras a lo Frankestein, etc. Aquello que tradicionalmente era lo monstruoso, lo desagradable, aquí es lo destacable y lo deseable.
Monster High es una serie de TV ambientada en una escuela secundaria (también tiene sus películas). En Monster High están las y los Monsters, mientras que separados, en otras escuelas, están los Normis, que serían las personas “normales”. La idea general que atraviesa Monster High es la de la exaltación de la diferencia. El patito feo aquí ya no necesita convertirse en un cisne para ser aceptado. Se utiliza el discurso de la aceptación de la diversidad para resaltar que lo que se consideraba abominable ya no lo es y no tiene por qué serlo.
Pero no se cambia el tipo de relaciones tradicionales entre mujeres y hombres a las que nos tiene tan acostumbradas la televisión: las chicas siguen necesitando la protección de los chicos, a pesar de que son tan o más poderosas que ellos; las chicas tienen que ser cuidadosísimas con su presencia y los chicos tienen que ser fuertes y musculosos; las chicas están permanentemente preocupadas por su estilo “divino de la muerte”; las chicas son todas altas, con unas piernas larguísimas, un cuerpo “perfectamente” formado y unos rostros con horas de dedicación al maquillaje.
Cuando te insertas en el contenido real de Monster High puedes entrever la reproducción de los estereotipos sexuales tradicionales y la exaltación del consumo como piedra angular de las relaciones sociales. En este contexto, la utilización del discurso de la aceptación de la diversidad pierde su contenido revolucionario. No se produce un cambio en el tipo de relaciones que se tejen al interior de la historia. O lo que es lo mismo, cambia el envoltorio para hacer de Monster High un producto vendible novedoso, pero no el contenido real de las relaciones sociales que muestra. Por lo tanto, la diversidad es ilusoria y se convierte en un discurso vacío… vaciado.
Los juegos y los juguetes son definitorios en la formación de la personalidad de niñas y niños. Son parte relevante dentro proceso de socialización de las personas. Por tanto, el consumo de productos sexistas pauta conductas sexistas. Y estos elementos son parte de la educación que proporcionamos.
Monster High es un ejemplo donde pudiera haber miles; desde a quién van dirigidas las páginas rosas en las revistas de juguetes, las imágenes publicitarias más agresivas en los “juguetes masculinos”, hasta “el coche para el niño y el bebé para la niña” en la decisión de comprar un juguete. La reproducción de estereotipos sexistas limita las oportunidades de aquellos a quienes estereotipa. De modo que, este tipo de consumo está limitando la capacidad de nuestras niñas y niños de conducirse como iguales.
Junto al ambiente educativo y familiar, los medios de comunicación son centrales en la reproducción de estas prácticas (potenciación y consumo). Y las propuestas en este sentido deberían avanzar en concordancia con la sociedad igual que pretendemos construir… sobre todo pensando en nuestras niñas y nuestros niños.
Para profundizar ver:
Junta de Andalucía, “El alma de los cuentos. Los cuentos como generadores de actitudes y comportamientos igualitarios”.
María del Carmen Martínez Reina y Manuel Vélez Cea, “Actitud en niños y adultos sobre los estereotipos de género en juguetes infantiles”.
Pilar López Díez, “Representación, estereotipos y roles de género en la programación infantil”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario